Ahora que se encienden tan pronto las luces navideñas en las calles y almacenes de las ciudades y los más variados objetos del lujo se ofrecen, casi obscenamente, a la codicia de los viandantes, se dan a conocer por estas fechas nuevos datos sobre la pobreza en el mundo que invitan a la reflexión.

Las fiestas que se avecinan, cada vez más contaminadas en el llamado primer mundo de la fiebre consumista y egoísta tienen sin embargo una tradición asociada de promover la conciencia de que tales luces que brillan en las ciudades son signos de prosperidad y bienestar de unos pocos privilegiados y que la mayor parte de la población mundial vive sumida en la miseria.

Al fin y al cabo no es otro el mensaje que nos lleva desde la choza de Belén, tan representada en estos días: la necesidad de hacer algo por los demás, de comprometernos con la construcción de un mundo más justo.

Todos tenemos miedo a los compromisos, porque sospechamos que cumplirlos nos saca de nuestra confortable comodidad cotidiana. Sin embargo nos comprometemos inevitablemente con causas pequeñas e intrascendentes la mayoría de las veces relacionadas con lo material y pedimos créditos, que nos comprometemos a pagar, firmamos contratos que prometemos cumplir… Y sin embargo, también todos solemos tener la oportunidad de encontrarnos con personas que vencieron ese temor a dejar de ser egoístas y se pusieron a trabajar, comprometidos con esas metas grandes que llamamos ideales que vuelan por encima de las aspiraciones cotidianas a nuestro alcance.

Los hemos conocido y hemos comprobado que son felices, incluso “a pesar” de sus ajetreadas vidas, pues saben que gracias a su esfuerzo el mundo es más habitable, más humano, más justo. Sin desalentarse porque los efectos del esfuerzo a veces parecen gotas perdidas en el inmenso océano de las desdichas humanas, también saben que la repercusión de esos afanes es infinita, aunque sea complicado calcularla.

Puede se este tiempo navideño, con sus significados compasivos y cariñosos otra oportunidad para entrenarnos a descubrir al idealista que hay en nosotros y ponerlo a trabajar por un mundo mejor, aunque sea en una humilde y minúscula parcela. Sería una buena manera de plantarle cara al dichoso consumismo del que tanto se quejan.

Viene bien que los informes sobre la pobreza se den a conocer en este tiempo y ofrezcan datos sobre las injusticias y el dolor humano, para que, entre compra y compra, reflexionemos y obremos en consecuencia.

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