Vivir una época de crisis, como la que nos afecta de manera global, puede ser una gran oportunidad para reconducir nuestra manera de encarar la vida, para volver a hacernos preguntas que teníamos olvidadas, aturdidos por el fragor del materialismo a nuestro alrededor. Quizá por eso se suele repetir que la crisis que padecemos no es sólo económico financiera, sino también moral, de valores. Y ahí se encuentra precisamente esa oportunidad que puede hacernos mejores y también más felices, o más sabios.

Si hubiera que sintetizar una sola propuesta que resultase útil para conducirnos a ese cambio necesario, podría resumirla en la necesidad de descubrir cuál es nuestra misión en la vida, qué objetivos nos trazamos para mejorar, para evolucionar en los diferentes ámbitos de nuestra existencia. Los sabios de la antigua India le dieron el nombre de Dharma, como la gran ley que sostiene al Universo y a nosotros mismos. Quizá estemos dejando de lado lo importante, distraídos con los fuegos de artificio de lo superficial. O puede ser que no sepamos todavía qué queremos ser y hacer realmente, a qué queremos dedicar el resto de nuestra vida, cuáles son las metas que nos proponemos alcanzar.

Es bueno recordar que el secreto de la felicidad se encuentra en la realización, en trabajar continuamente para alcanzar los objetivos y avanzar en la dirección que nos hemos fijado, tal como nos indican los maestros estoicos, conocedores de los secretos de la existencia humana.

De nuevo el clásico imperativo de Delfos, “Conócete a ti mismo”, vuelve a invitarnos a formularnos las viejas preguntas filosóficas. Conocernos a nosotros mismos es averiguar qué queremos lograr en la vida, si nos satisfacen solamente los logros materiales, o necesitamos algo más. Es también recuperar sintonía con nuestro ser interior, escuchar sus demandas de sabiduría y serenidad. Descubrir cuál es nuestra misión y encaminarnos resueltamente a cumplirla. Y que sirva a los demás.

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