Si resulta interesante reseñar esas obras tantas veces comentadas y analizadas, el pensamiento de esas grandes almas, tratando de clarificar el sentido de las cosas, no menos iluminador resulta conocer sus peripecias vitales, pues en las biografías suelen gestarse los orígenes de las preguntas que dieron luego cauce a las respuestas que cada pensador ofrece para los caminantes que le sigan.
Descubrimos, de manera concreta y palpitante, hasta qué punto la Filosofía es inseparable de la Vida, a la que viene a dar sentido y orientación, lo cual nos ayuda a sentirnos cercanos y establecer con algunos de estos filósofos un lazo casi íntimo de admiración y respeto. Los vemos comprometerse con su tiempo y las inquietudes y preocupaciones de sus contemporáneos, luchar por defender la libertad de pensamiento tantas veces conculcada, sufrir las represalias con que el poder trata de silenciar a los que se atreven a pensar por sí mismos.
Nada más ajeno a la realidad de las vidas de los filósofos que admiramos que esa imagen desarraigada de intelectual teorético y aislado en su torre de cristal, elucubrando a espaldas de sus conciudadanos. Se esforzaron por mejorar el mundo en que vivieron, no tuvieron miedo a equivocarse, ni que los demás interpretaran mal sus palabras. Y nos dejaron un ejemplo vigoroso, respaldando sus obras. Todos aportaron algo útil para la historia del pensamiento, todos nos enseñaron algo. A nosotros nos toca reconocer en ellos a quienes se encuentran más cerca de nuestras intuiciones, y sentir que quizá pertenezcamos a una misma familia espiritual.
Conviene recordarlo: tras las luminosas reflexiones y las definiciones acertadas que ordenan y clarifican nuestra visión del mundo, se encuentra siempre el ser humano que supo trascender sus deseos y miserias personales y arraigar en sus experiencias una obra filosófica, para que la Humanidad siga confiando en sus posibilidades de dejar atrás la ignorancia y la barbarie.
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