Estamos tan sumergidos en los infinitos artificios, tan valorados y buscados en esta época de desarrollo tecnológico, que estamos perdiendo las viejas habilidades de percepción que nos proporcionan nuestros sentidos. Nos hemos acostumbrado a mirar el mundo a través de una cámara de fotos, de vídeo o últimamente desde el objetivo del móvil, que también nos sirve para comunicarnos a distancia y en todo momento; nos asomamos a la realidad a través de las autopistas de la comunicación, más o menos veloces… Los ruidos de nuestras ciudades nos recuerdan que tampoco sabemos vivir sin automóviles, que nos transportan a cualquier sitio… No sabemos estar sin esos aparatos, extensiones de nuestros órganos sensoriales, que diría MacLuhan, aparatos que, por otra parte, hemos de reconocer que nos proporcionan no pocas soluciones a los problemas que se nos presentan.
A cambio de las posibilidades que nos dan nuestras sofisticadas aplicaciones de la tecnología, vamos abandonando los antiguos y simples gestos que responden a necesidades de nuestra alma.
Este verano puede servirnos para recuperar algunos de ellos, por ejemplo el hábito de sentir la naturaleza. Digo sentir porque no se trata sólo de mirar o contemplar, sino también de escuchar, de oler, de tocar. Apreciar esos espectáculos grandiosos de los amaneceres, o de las puestas de sol, el viento que mece los árboles, las estrellas que se van encendiendo en el cielo negro de la noche… O el mar con su rítmicos susurros, y esas espumas primigenias que surgen cuando se frota con la orilla… Pensemos por un momento que más allá de nuestros cambios y alteraciones, del tiempo que pasa, hay algo eterno que no cambia en esos elementos naturales que podemos advertir con sólo desprendernos de los artificios.
Ficino recomendaba a sus discípulos en Florencia salir a caminar al campo para curarse de la ansiedad y la melancolía. Sigamos ese consejo sabio (Ficino era médico y también filósofo), nosotros atosigados por las prisas y las tensiones cotidianas y notaremos en seguida los benéficos efectos de sentir la naturaleza: se suspende el tiempo cotidiano, con sus exigencias y podemos escuchar los antiguos mensajes que tiene guardados para nosotros y es como si recuperásemos energías ancestrales, contenidas en nuestros recuerdos.
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