En el mundo de la comunicación, llamamos ruidos a las interferencias o deformaciones que desvirtúan el sentido de los mensajes e impiden que lleguen a los receptores, según las intenciones de los emisores. Por extensión, ruido es todo aquello que nos impide oír o escuchar aquello que nos interesa, es lo que nos distrae y nos desconcentra, sin llegar a captar nuestra atención.

La sociedad mediática en la que vivimos nos proporciona incontables oportunidades para comunicarnos, aspiración permanente de los seres humanos, que somos sociales por naturaleza. El avance incesante de las tecnologías en este siglo XXI cada vez nos hace más fácil la satisfacción de esa necesidad de comunicación, poniendo a nuestro alcance tal cantidad de posibilidades que, cuando las consideramos en su conjunto, sentimos una especie de angustia de pensar que no vamos a ser capaces de abarcarlas todas, de aprovecharlas todas. Acabamos de aprender el mecanismo de una nueva aplicación y aún no acabamos de dominar su manejo cuando ya ha surgido una nueva, que vuelve a desafiar a nuestra habilidad para comprender su utilidad. Los programas, cada vez más sofisticados, los motores de búsqueda, ya saben interpretar y prever nuestras preferencias, nuestras intenciones y sutilmente se convierten en guías que dirigen nuestros pasos… Estamos comunicados, sí, pero también sobrecargados de información, permanentemente distraídos por las llamadas de atención de los artilugios que nos la sirven en bandeja, adelantándose a nuestros deseos, a nuestras preguntas, a nuestras curiosidades.

Es difícil mantener el equilibrio y la serenidad, la libertad y la autonomía en ese mundo de ruidos predeterminados. Es muy fácil perderse por entre los infinitos recovecos y los continuos estímulos que nos convocan a acudir a donde no sabemos si nos interesa ir, que nos crean compromisos que no podemos cumplir.

Probablemente tendremos que desarrollar nuevas destrezas para orientarnos y no perdemos en el intrincado bosque de los ruidos, practicando los viejos consejos de los sabios antiguos. La Filosofía, como nos dice Delia Steinberg en su precioso texto “los Juegos de Maya”, puede hacer la función que hizo el hilo de Ariadna que ayudó a Teseo a encontrar el camino de salida del laberinto. Sus claves, sus enseñanzas atemporales, sus consejos para la vida cotidiana nos permiten mantenerle sentido de la marcha por el sendero de la búsqueda de la Sabiduría, más allá de los ruidos interiores y exteriores.

Ana Albo

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