Personajes

La Sevilla quijotesca

Para el paseante sevillano resulta común encontrarse en algunas calles del casco antiguo una suerte de azulejos donde se hace referencia al Príncipe de los Ingenios españoles, Don Miguel de Cervantes Saavedra. Pero curiosamente los escenarios aludidos por los azulejos no se refieren a la gran obra cumbre de nuestro autor, El Quijote, sino a las novelas ejemplares y algunas de sus comedias, salvo el azulejo de la calle Sierpes y el busto situado junto a la plaza de San Francisco. Y lo cierto es que en la novela varios de los personajes ofrecen a Don Quijote la posibilidad de visitar Sevilla, donde hallará múltiples ocasiones de ejercitar su profesión y buscar aventuras. Don Miguel sabrá por qué no quiso que su héroe inmortal visitase la famosa ciudad de Sevilla, a no ser que hiciese caso al viejo precepto de los evangelios, nadie es profeta en su tierra.  Y como dice en el prólogo, el Quijote fue compuesto en la cárcel de Sevilla, donde, como dice el autor, toda incomodad tiene su asiento y todo triste ruido hace su habitación.

Sevilla en el Quijote aparece siempre como lugar de destino, de portentos numerosos y grandes prodigios. No es casualidad que muchos de los personajes con los que se topa nuestro hidalgo tengan como destino Sevilla o provengan de ella. Desde el punto de vista prosaico es algo normal, pues en el siglo XVI y XVII Sevilla monopolizaba el Comercio de Indias, todos los barcos repletos de oro y mercancías valiosas del nuevo mundo debían atracar en Sevilla.

Así, las mozas del partido que encuentra Don Quijote en la puerta de la venta iban con unos arrieros camino de Sevilla. El ventero tiene como escuela los barrios del hampa de la época, citando al Compás de Sevilla. En la aventura del vizcaíno la señora del escudero viaja a Sevilla con su marido, que espera pasar a Indias con un muy honroso cargo. Y la primera invitación que recibe Don Quijote de visitar Sevilla la recibe tras finalizar la aventura de los amores frustrados de Crisóstomo, muerto de desdenes de la pastora Marcela. Son los caminantes con los que hace parte del camino los que le preguntan su condición de caballero andante. En relación con esta aventura hay que señalar que es la primera declaración femenina de principios de la época, ya que la pastora Marcela reclama su libertad de no tomar esposo y no ser culpable de la muerte del poeta Crisóstomo. Don Quijote hace gala de su profesión de defensor de los menesterosos al prohibir que ninguno siga a la pastora, bajo pena de enfrentarse con él. Pero volvamos a nuestra ciudad. Los citados acompañantes le ruegan a Don Quijote visite Sevilla, por ser lugar tan acomodado a hallar aventuras, que en cada calle y tras cada esquina se ofrecen más que en otro alguno.

Son vecinos de la Heria (la calle Feria), los que junto con otros mantean al pobre Sancho Panza. A Sevilla se dirige ficticiamente el cura del lugar cuando sale en busca. de Don Quijote y lo encuentra en mitad del camino, y Sevilla es el destino que quiere lograr el desgraciado de Andrés, víctima de la maldad de su amo y de la ingenuidad de Don Quijote por creer en palabra de villanos como Juan Haldudo. En varias de las novelas incluidas en la Primera Parte del Quijote se cita Sevilla, siempre como lugar de encuentro o de partida. La importancia de nuestra ciudad queda así reflejada en la obra.

Como habrá notado el atento lector, todas las citas anteriores se refieren a la primera parte del Quijote. En la segunda, se cita Sevilla en el prólogo de la obra, donde Cervantes, explayándose contra el autor del pseudo Quijote de Avellaneda, cita el cuento del loco que hinchaba perros. En el manicomio de Sevilla se encuentra el loco que se cree Neptuno. El bachiller Sansón Carrasco, que se finge caballero andante para vencer a Don Quijote y volverlo a su aldea, cita como una de sus hazañas haber vencido a la famosa Giganta de Sevilla, la Giralda. La Giralda vuelve a citarse cuando el guía que lleva a Sancho y Don Quijote a la cueva de Montesinos dice que anda escribiendo un libro donde se dice quién fue la Giralda. Y la imprecación en romance de la doncella Altisidora, que requirió de amores a nuestro caballero y fue rechazada por él, le maldice diciendo que sea tenido por falso desde Sevilla a Marchena.

No faltan entonces las citas a nuestra querida ciudad. Sin embargo, faltó que nuestro inmortal hidalgo pisase sus calles. De las aventuras que habría corrido en ellas solamente sabemos que se quedaron en la cabeza del príncipe de los ingenios españoles, Don Miguel de Cervantes Saavedra. Sevilla, agradecida, le ha dedicado un busto y numerosos azulejos que incitan al paseante a la lectura de los clásicos. Si estas breves líneas sirven para conocer mejor nuestra ciudad, me despido contento. Y, con perdón, parafraseando a Cervantes. Vale.

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