Orfebrería celta

Introducción

Antes de adentrarnos en el mundo de la orfebrería celta, es indispensable referirnos brevemente al “enigma celta”. Muy sucintamente podemos decir que la civilización celta aparece en la historia en torno al siglo VI a.C. y desaparece en el siglo I d.C. a causa de la presión combinada de romanos, germanos y dacios.

Es decir, en torno a los siglos VI y V a.C., un grupo humano, que había desarrollado una cultura muy avanzada en el principio de la Edad de Hierro (cultura de Hallstatt), deviene una civilización (¿se tornó eficaz?) y comienza un movimiento migratorio de personas indudablemente, pero sobre todo de ideas, que le lleva a ocupar un área geográfica inmensa, desde Irlanda a Polonia y desde España a Turquía, absorbiendo y “celtizando” a los pueblos de estadios culturales menos avanzados y fundiéndose con los más avanzados, creándose nuevas culturas como en el caso de los celtíberos o celto-ligures.

La civilización celta desaparece paulatinamente desde el siglo I (Galia) hasta el XII (Irlanda), pero la cultura celta permanece subyacente durante siglos en buena parte de Europa y en oposición a la grecolatina es responsable del movimiento de vaivén que caracteriza al arte europeo (Edad Media – Renacimiento – Barroco).

El pueblo celta no es un pueblo nómada ya que es en esencia un pueblo agricultor –incluso hay arqueólogos que los consideran como los mejores agricultores del mundo antiguo– pero es indudable su amor por la movilidad y las migraciones de años e incluso de siglos que protagonizaron por toda Europa. Esta movilidad, unida al hecho de que su culto se desarrolle en los espesos bosques, y que, al menos en sus primeros tiempos no representaban a sus dioses, no incentivó el desarrollo de la arquitectura y sus artes afines, la escultura y la pintura. Desarrollaron, por tanto, las artes “transportables”, es decir, las auditivas y la orfebrería.

Los celtas tenían un gran amor a lo bello y, en opinión de los escritores grecolatinos, concedían gran importancia a la exhibición de sus riquezas materiales. La habilidad de los orfebres para crear objetos de gran belleza fue considerada por los otros celtas como un don casi mágico, pues consideraban que existía un vínculo especial entre la acción creadora y la magia. Por este motivo, gozaban de ciertas prerrogativas tales como entierros especiales.

Orfebrería celta
Hablar de la orfebrería celta, como de cualquier otra faceta de su cultura, se convierte en un tema espinoso a causa de lo dilatado de su cultura en el espacio y en el tiempo. No obstante vamos a tratar de aproximarnos a ese mundo de belleza que constituye la orfebrería celta.

La técnica

La orfebrería entre los celtas constituye una actividad especializada debido al dominio de la tecnología que requiere su trabajo y a la serie de conocimientos que se necesitan y que son producto de la experiencia o de un largo aprendizaje.

Las técnicas de orfebrería celta no difieren con respecto a las utilizadas en otras partes del mundo antiguo, así como con las que se desarrollan en la actualidad.

La primera fase del proceso es la fundición del metal para eliminar impurezas y conseguir la homogeneización del material. A continuación se vierte en un recipiente preparado con antelación para darle la forma determinada. En el caso de realizarse piezas huecas, se utiliza la técnica de la cera perdida, que consiste en el moldeo inicial en cera de abeja de un núcleo con la forma deseada, que luego se recubre de arcilla obteniéndose de esta forma un molde de fundición en hueco al derretir y eliminar la cera del interior. Luego se vierte el oro fundido que, al solidificarse, reproduce la forma del núcleo. Los moldes solo se pueden usar una vez, pero pueden fabricarse varios a partir de un único modelo de cera.

Una vez separado del recipiente se procede al martillado y batido para eliminar las rebabas y restos de fundición y conformar la pieza definitiva.

El martillado consiste en golpear directamente el metal con un martillo sobre una superficie adecuada a fin de que tome la forma que se quiere conseguir, normalmente este método se utilizaría para obtener alambres o formas macizas. El batido se diferencia del martillado en que para esta técnica es necesario interponer un material flexible (cuero o tela) entre el material y la herramienta empleada para evitar huellas y roturas en el metal; suele utilizarse para conseguir láminas finas. Con estas técnicas es necesario alternar el recocido (regeneración y cristalización del metal mediante calentamiento a una temperatura sensiblemente inferior a la de fundido) para evitar que el metal pierda la maleabilidad y se vuelva quebradizo con el consiguiente riesgo de fracturas o roturas.

Una vez terminada la pieza se limpiaba el metal por abrasión con materiales como la arena y se pulía por fricción.

Técnicas decorativas empleadas:

  • Chapado: recubrir el exterior de una pieza con láminas o baño de oro sobre otro metal más pobre.
  • Embutido: realización de motivos por el anverso del material apoyado sobre un cuerpo ya en relieve. Esta técnica se trabajaría siempre sobre un soporte blando pero consistente, por ejemplo, una mezcla de cera y arcilla.
  • Esmaltado: revestimiento del metal por aplicación de sustancias vítreas principalmente silicatos o boratos de sodio, potasio, calcio y plomo junto con óxidos que proporcionan el color. El esmalte se funde y posteriormente vitrifica. La técnica utilizada por los celtas es la llamada “champlevè” (excavado) en la que la lámina de soporte se excava según un diseño previo, llenando con esmaltes policromos los huecos así obtenidos.
  • Estampado: se trata de presionar a golpe de martillo sobre la superficie del reverso de una lámina con un punzón que lleva en su extremo el dibujo que se quiere reproducir en relieve. La estampación puede hacerse: mediante molde, llevando la plancha metálica el dibujo en hueco sobre la que se presiona la lámina; por impresión, apoyando el metal sobre una base lisa resistente para que al golpear con el punzón, la marca aparezca claramente por el anverso y débilmente por el reverso; repujada, cuando se golpea contra una depresión practicada en una pieza o soporte blando o contra un soporte duro tallado de forma especial, de modo que la imagen aparece por las dos caras de una pieza. La estampación se utiliza muchas veces usando estampillas individuales con diversos motivos que se combinan.
  • Filigrana: consiste en soldar finos hilos de oro a una lámina o superficie de una pieza formando motivos decorativos. Presenta dos variedades, la denominada “sentada” cuando los hilos se sueldan sobre una base y “al aire” o “calada” si los hilos se unen entre sí, sin base.
  • Granulado: consiste en soldar gránulos o esferitas de oro a una superficie formando motivos diversos. El tamaño de estas esferas es a veces inferior a 0’14 mm. También se puede soldar polvo de oro; de esta forma se consigue un menor tamaño en las esferitas, pero el resultado es de inferior calidad.
  • Nielado: esmaltado en negro a base de una mezcla de bórax, plomo, azufre y cobre.
  • Puntillado: dibujos repujados formados por puntos y no por líneas.
  • Repujado: realización de motivos con un cincel desde el reverso del material de forma que salgan en relieve por el anverso.

Los celtas fueron hábiles también en todo tipo de aleaciones, no solamente en la clásica de bronce (cobre y estaño), sino que utilizaron también latón (cobre y zinc), tumbaga (cobre y oro), peltre (plomo y estaño) y electro (oro y plata).

Estilo artístico

A través de los siglos, el arte celta evocó un mundo denso y cambiante en el que nada es lo que parece a primera vista: un mundo poético y artístico. La estética celta viene caracterizada por un conjunto original de cualidades: facultad de asimilación acompañada de una instintiva potencia de transformación, predilección por las flexibilidades dinámicas y las creaciones híbridas, por el deslizamiento de lo real a lo ideal, pero con un gran rigor subyacente.

El estilo ornamental de la cultura de La Tène siguió siendo la característica dominante de las obras en metal, pero también de las tallas de madera e ilustración de manuscritos en Gran Bretaña e Irlanda 15 siglos después. Se trata de un estilo impetuoso, imaginativo, pero también preciso, consistente en motivos florales y símbolos abstractos. Los elementos ornamentales más comunes eran el nudo, las lacerías, los trenzados geométricos, espigados, aspas, triángulos puntillados y el uso de las de las inconfundibles y enérgicas líneas curvas del arte celta que dieron  a sus figuras un relieve extraordinario y que generan meandros, semicírculos, ondas, esvásticas redondeadas (tetrasqueles), trisqueles, postas encadenadas, ruedas, helicoides, espirales, círculos concéntricos o con un punto central muy resaltado, motivos todos ellos de carácter heliomorfo.

El arte celta es puramente ornamental sin intención narrativa por parte del artista. En lugar de representaciones de aventuras heroicas como las que encontramos en el antiguo arte griego, los celtas capturaban la atención del observador mediante complicados dibujos de líneas entrelazadas. Estos dibujos van desde el simple trenzado de varias líneas hasta las más complejas fantasías inspiradas en la naturaleza. Abundan los dibujos de motivos vegetales conseguidos a base de zarcillos, flores de loto, rosetas, palmetas y guirnaldas. Cuando aparecen formas animales o humanas, las convencionales representaciones naturalistas del arte clásico occidental se dejan a un lado, y en su lugar el artista interpreta la naturaleza a través de una sorprendente estilización de formas. La materia puede difundirse y convertirse en forma. De este modo, una planta se transforma en un rabo, se ondula y desarrolla una cabeza, patas o pezuñas, dando lugar a animales extraordinariamente flexibles que se devoran mutuamente.

Este apogeo de las obras decoradas primero con motivos florales y posteriormente con este estilo plástico que combina temas abstractos, vegetales y lacerías geométricas de gran originalidad, animales fantásticos, mitad monstruos, mitad humanos, se corresponde con un mundo mitológico abstruso, fruto de una inspiración arrolladora, de una libertad artística y de una depurada técnica.

Los diseños complejos y la proclividad a lo fantástico substituyen al naturalismo mediterráneo, reflejando las características de su propio temperamento, su atrayente ambigüedad. Se trata de un estilo lejano del primitivismo y la simplicidad, refinado en pensamiento y técnica. Muy a menudo, en contraste con el arte clásico, el artista evita el uso de la línea recta.

La penetración de la religión en las esferas de lo decorativo se evidencia en la aparición de elementos simbólicos –como la cabeza o la máscara humana, animales sagrados como el jabalí, la serpiente cornuda, el cisne, el caballo, el cuervo, el ciervo, el toro– en los más diversos objetos.

El misterio de los rituales religiosos de los druidas estaba en el fondo del pensamiento celta, y esto también debe haber contribuido a la tendencia a evitar la representación directa y naturalista de seres humanos y animales.

No obstante, la extensión de la cultura celta en el tiempo y en el espacio dio lugar a modalidades o diferencias artísticas de unas partes a otras. Las diferencias más señaladas son:

  • En la utilización del color: en la zona Ibérica (Cantabria, Asturias, Galicia y norte de Portugal) la decoración en distintos colores se obtiene combinando metales de distinto color tales como plata y oro y en ocasiones nielando las piezas. En el territorio continental (Galia) es más abundante la utilización de productos preciosos no metálicos tales como ámbar, coral, hueso, marfil, etc. En el territorio insular (Inglaterra e Irlanda) sobresalen por su importancia los esmaltes, quizás como influencia normanda, y la incrustación de piedras preciosas puesta fuertemente de relieve por los relatos galeses e irlandeses recogidos en la Edad Media tales como el “Mabinogion” y el “ciclo de los Ulaidh”.
  • En la utilización de los motivos ornamentales: así podemos decir que en España y Portugal predominan los motivos geométricos y las curvas mientras que los motivos vegetales y animales quedan reducidos casi exclusivamente a los ornitomorfos y los jabalíes, la mayor abundancia de motivos florales y vegetales se da en Francia, mientras que Irlanda, Escocia y Gales se convierten en el paraíso de los entrelazados, que pasan a los ornamentos cristianos durante la Edad Media.

Objetos artísticos

El objeto de joyería más valioso para los celtas era el torques. Se trata de un collar rígido que nobles, guerreros, druidas y otros personajes sobresalientes de la sociedad llevaban alrededor del cuello. Los torques se realizaban en una gran variedad de materiales y tamaños. Algunos consistían en un tubo hueco y su ligereza y flexibilidad permitía que pudieran ser abiertos y retirados del cuello. Otros, en cambio, estaban hechos de gruesas varillas de oro retorcidas o de hilos de plata, y eran grandes, pesados y tan aparatosamente decorados que quedaban reservadas para ritos ceremoniales. En este sentido podemos destacar un torques depositado en el museo de Lugo de 1812 gramos de peso.

Torques de burela
El objeto de joyería más popular entre los celtas fue la fíbula, que llevaban tanto hombres como mujeres y que eran a la vez un medio práctico de sujetar la ropa y un talismán mágico. El valor de estas fíbulas dependía de su decoración, que en ocasiones incluía incrustaciones de esmaltes y de piedras preciosas.

Los celtas produjeron además gran variedad de objetos ornamentales de oro, como brazaletes, pendientes o arracadas, pulseras y aros para los tobillos. El artista celta también elaboraba otras piezas profusamente decoradas, como cierres, hebillas, amuletos, aros para cinturón y otros objetos relacionados con la vestimenta y la joyería como peines y espejos. Los espejos estaban grabados en su cara posterior con delicados y complejos dibujos curvilíneos casi simétricos.

Los celtas dedicaban gran parte de su tiempo y esfuerzos a decorar sus armas y armaduras, hacia las que mostraban una actitud casi reverencial. En la mitología celta, algunas armas extraordinarias poseían cualidades mágicas y estaban dotadas de una personalidad propia: espadas capaces de cortar en dos la cima de una montaña, escudos que daban la voz de alarma si sus dueños estaban en peligro, etc. Los jefes celtas debían estar muy familiarizados con estas leyendas, y muchos de ellos ponían nombres a sus propias armas; la espada era un título de honor y generalmente tenía un nombre que solo era conocido por su dueño.

Los arqueólogos han descubierto dos clases diferentes de armas y armaduras celtas. En primer lugar, aquellas piezas creadas para el campo de batalla; en segundo lugar, las pensadas especialmente para usos rituales, como ofrecimientos a los dioses, o para ser enterradas junto a los individuos de alto rango. Las primeras aparecen siempre golpeadas y mostrando las cicatrices del combate, mientas que estas otras se presentan relativamente intactas.

El arma principal del celta era la pesada espada de hoja larga. El gran tamaño de la hoja hacía necesaria una empuñadura proporcionalmente grande, y en ella concentraban los artistas todo su afán decorativo que incluía muchas veces incrustaciones de materiales preciosos, como marfil o ámbar, o estaba coloreada por medio de esmaltes. También las vainas están profusamente decoradas.

Los escudos celtas suelen ser largos y planos, aunque también se han encontrado ejemplares circulares. Solían estar realizados en bronce, algunos cubiertos con láminas doradas. Los artesanos decoraban el anverso de los escudos ceremoniales con dibujos muy elaborados. En ocasiones destacan sobre el fondo plano del escudo adornos de cristal o esmalte. En muchos casos, solo ha llegado hasta nosotros el medallón central, lo que sugiere que el resto del escudo estaba hecho de materiales perecederos (madera, cuero).

El empleo de materiales caros y complicada decoración era todavía más común en la fabricación de cascos. Muchos constaban además de la parte superior semiesférica, de protecciones laterales móviles para los pómulos, otra protección para la nuca y en lo más alto del casco una pieza en la que se sujetaba un penacho o cresta. La cresta que destacaba en lo más alto del casco tenía a veces forma de jabalí, símbolo de poder y fortaleza en la sociedad celta. Los dibujos geométricos a base de curvas solían cubrir la superficie de toda la pieza, que en algunos casos había sido recubierta con láminas de oro y tachonada con trazos de coral o cristal coloreado. Otros cascos tenían sobria decoración pero formas más complejas, tales como los apuntados, tan comunes en la Galia durante el siglo V a. C. o el casco de bronce con dos cuernos iguales pertenecientes al siglo I a.C. Los cuernos simbolizaban la agresividad y la virilidad, lo que los convertía en el complemento ideal del atuendo guerrero.

Los celtas gustaban de exhibir la maestría de su arte en los objetos de uso más diverso que aparecen decorados con asombrosa creatividad: alfileres, vasos, monedas, jarros, cubos, arreos, piezas de carro y sobre todo calderos, son algunos utensilios ordinarios cuya belleza se resalta por medio de cabezas estilizadas y máscaras, delicadas representaciones zoomórficas y dibujos a base de líneas curvas.

Posteriormente, en la Irlanda e Inglaterra cristiana cobran una importancia especial los objetos destinados al ritual cristiano: cruces, cálices, patenas, relicarios, báculos, campanas, etc.

Significado de las joyas

Los temas recurrentes de la mitología celta nos proporcionan valiosa información sobre las preocupaciones de su civilización. En todos los mitos destaca el interés por la belleza y todas sus formas de expresión física. Cuando los guerreros van a entrar en combate, se hace mención a sus vestimentas de colores atractivos, a sus joyas refulgentes y su pelo encrespado, que son símbolos del rango del héroe. Las heroínas, a su vez, muestran su estatus en la escala social mediante la complejidad del peinado, resaltando con ricas joyas la blancura de su piel. La vistosidad del arte celta refleja una sociedad que concedía gran importancia a la ostentación de la riqueza personal.

Así, los escritores grecolatinos nos han transmitido una idea de los celtas como de hombres vanidosos e infantiles con un gran amor por el oro y la exhibición de su riqueza, pero los hermosos objetos metalarios de los celtas no solo tenían el significado de prestigio u ornato, sino que tenían una significación mucho más profunda. Prueba de ello es que una gran parte de los objetos que han llegado hasta nosotros no han sido encontrados en los enterramientos sino en depósitos votivos ofrecidos a las divinidades, fundamentalmente en lagos, ríos, pantanos, pozos, manantiales, arroyos, etc., sin olvidar los muchos saqueos de templos realizados por los romanos de los que se hacen eco los escritores clásicos.

Aunque se han ofrecido a las divinidades muchos tipos de objetos, destacan por su número e importancia los torques, armas (ofensivas y defensivas) y monedas. Nos fijaremos en particular en el torques, elemento que cobra tanta importancia en el mundo celta que llega a ser considerado el símbolo de dicha civilización.

En ocasiones se ha llegado a decir que el torques es un ornamento masculino, pero existen multitud de pruebas que demuestran que el torques también era portado por mujeres. Entre ellas:

  • Escritores grecolatinos: “La reina Boudicea llevaba un torques de oro” (Dión Casio).
  • Relatos galeses: “La joven llevaba un torques de oro en el que había piedras preciosas y rubíes” (Mabinogion).
  • Arqueológicos: enterramientos femeninos como el célebre de la princesa de Vix.
  • Plásticos: en el caldero de Grundestrup (cuya fabricación por artistas celtas es muy discutible, pero cuyas imágenes son una representación del universo mítico celta) todas las divinidades femeninas y algunas masculinas portan el torques.

Pero lo que es indudable es que la utilización del torques varió a lo largo de los siglos. Así podemos apuntar los siguientes datos sobre la utilización del torques:

En la protocéltica cultura de Hallstatt, los torques se han encontrado principalmente en tumbas masculinas, aunque no puestos en el cuello sino, en la mayor parte de los casos, colocados sobre sus vientres o en sus manos.

Poco a poco, coincidiendo con la cultura claramente celta de La Tène, empieza a decaer el empleo del torques masculino –es posible que sustituidos por las armas, ya que en este momento aumenta la cantidad de armas que aparecen en los enterramientos masculinos– y a aumentar el empleo femenino del torques hasta hacerse mayoritario.

La masiva cantidad de torques encontrados en tumbas femeninas de algunos cementerios de La Tène en el siglo III a.C. lleva a los arqueólogos a afirmar que la mitad de las mujeres llevaba torques al menos desde la adolescencia.

Entre los siglos II y I a. C. el torques se convierte en un símbolo guerrero, desaparece paulatinamente de las tumbas femeninas y aumenta en las masculinas. Este significado guerrero es recogido en el Imperio romano y en el siglo I d. C., quizá por la presencia masiva de soldados de origen celta en las legiones romanas; así se convierte en una condecoración para los cuadros más bajos de la legión (de centurión para abajo). Estos torques romanos son significativamente más pequeños que los usados por los celtas, dado que los romanos no los cuelgan al cuello sino que los colocan suspendidos de los hombros, como podemos observar en estelas funerarias que representan al difunto con sus condecoraciones militares. Esta condecoración puede concederse también a una legión entera, que recibe entonces el nombre de “torquata” o incluso “bistorquata” como se puede constatar en el nombre de las legiones romanas que aparecen en la columna Trajana.

En la Céltica Insular, el torques es un distintivo del poder y los relatos nos muestran el torques en los cuellos de reyes, príncipes, princesas y diferentes nobles. También aquí aparece la idea de que es el rey quien otorga a un noble el honor de portar el torques. En esta línea, es curioso el relato de la vida de San Brandán, en que el último rey residente en Tara, Dermont Mac Cerbheoil, “vio en sueños a dos ángeles que le desposeyeron del torques que llevaba al cuello y se lo entregaron a un extranjero”, cuando el rey conoció a San Brandán reconoció al extranjero de su sueño. Este relato parece aludir a una transmisión de poderes: el poder de comunicación con los dioses pasa del rey al santo cristiano.

También en los relatos galeses encontramos la relación de los druidas con el torques como muestran estos versos de Myrddin (Merlín): “en la batalla de Arderyd yo llevaba un torques de oro”.

Todos estos ejemplos y muchos más nos llevan a afirmar que el torques es un elemento mágico y sagrado:

En primer lugar su forma: el torques tiene la forma del arco iris, que en todos los pueblos ha sido considerado como el camino de comunicación entre los hombres y los dioses. Desde un punto de vista físico, el torques es un toroide circular que provoca en su interior un campo magnético nulo (recordemos la importancia que tiene en todo el terreno de la magia el estar libre de campos magnéticos externos).

El torques es un atributo de la divinidad: se le entrega como ofrenda y aparece además en múltiples imágenes que nos han quedado de las divinidades celtas tanto en piedra (estela de Reims) como en bronce (ídolo de Bouray); algunas divinidades celtas como Cernunnos o Rosmerta no aparecen nunca sin un torques, en el caldero de Gundestrup, por ejemplo, Cernunnos lleva un torques en el cuello y otro en la mano. También se han encontrado torques de bronce y de oro colocados al pie de estatuas en piedra de divinidades y algunos surcos y restos encontrados en el cuello de otras estatuas de piedra permiten suponer que originalmente llevaban un torques de metal.

El torques era un elemento de protección. Esto hace que su uso se extienda al estamento guerrero. Los escritores y la estatuaria grecolatina nos presentan a los guerreros celtas luchando desnudos y portando un torques en el cuello, pero no hay que olvidar el carácter mágico de la desnudez en el mundo celta. Curiosamente, el empleo masivo del torques por parte de los guerreros se produce en un momento en que las guerras celtas dejan de ser guerras de conquista y se convierten en guerras de supervivencia frente a un enemigo que hace peligrar su cultura y su religión. ¿Adquiere en ese momento la guerra un cierto carácter sagrado?

Los torques son un símbolo de poder por lo que son atributos de reyes y druidas, pero no hay que olvidar que son los dioses los que otorgan el poder.

Conclusión

Hasta aquí hemos hecho un breve recorrido por distintos elementos de la orfebrería celta –técnicas, estilos, historia– pero es indudable que detrás de la aparente finalidad ornamental de todos esos objetos, se esconde la vida cotidiana de un pueblo que trataba de llenar cada elemento que le rodeaba de símbolos que le recordasen y le permitiesen comunicarse con sus antepasados y sus dioses.

Todavía hoy cuando observamos en las vitrinas de los museos un torques, quedamos maravillados por su perfección y nos preguntamos cómo eran capaces de realizarlo. Sin duda dedicaban mucho tiempo a su realización, más del que podamos imaginar, probablemente los artesanos–magos dedicados a esta labor no lo hacían con una finalidad lucrativa sino que eran muy conscientes del valor del objeto que creaban. Y también es muy probable que los que portaban estos objetos no los llevasen con un fin exclusivamente decorativo o de diferenciación de grupo social, sino como elementos de protección mucho más sutiles.

En fin, son tantas las incógnitas de este pueblo que realizar este pequeño trabajo de investigación ha significado el abrir nuevos interrogantes sobre los celtas.

También quisiera destacar la importancia del estudio de las artes “menores” para conocer un poco más a los pueblos que nos precedieron.

Bibliografía

  • El oro y la orfebrería prehistórica de Galicia. Ed. Diputación de Lugo.
  • Historia del Arte, tomo VII: Artes decorativas. Ed. Carroggio.
  • Los celtas: artistas y bardos. Ed. Edimat.
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  • LIVIO, T: Historia de Roma. Ed. Porrúa.
  • MARCO, F: Los celtas (Historias del viejo mundo, nº 15). Ed. Hº 16.
  • MARKALE, J: Los celtas. Ed. Taurus.
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